sábado, 18 de septiembre de 2010

El infierno del odio

Akira Kurosawa (Ōimachi 1910-Tokyo 1998) no necesita ninguna introducción. Sus inolvidables películas, muestras de un despliegue de maestría en la realización, le han valido el reconocimiento internacional, así como el título del director japonés más importante de todos los tiempos.

Sin embargo su nombre, al menos en occidente, a menudo es asociado a cintas que versan sobre el Japón medieval; plagadas de batallas épicas en espacios abiertos, de samuráis y de katanas. Por ello no es motivo de asombro que uno de sus más logrados films apenas sea conocido en nuestro país.

El infierno del odio (Tengoku to Jigoku, 1963) se aleja por completo del escenario feudal japonés para instalarse en un Tokio moderno, en plena recuperación económica e industrial después de la Segunda Guerra Mundial, en el Japón que empieza a dar el gran salto hacia adelante.

Kingo Gondo (Toshiro Mifune), un alto ejecutivo de una empresa que fabrica zapatos, está a punto de hacerse con la totalidad de la compañía, a base de grandes esfuerzos laborales, cuando recibe una llamada que da un giro inesperado a sus planes. Un secuestrador tiene a su hijo y pide por su liberación una suma exorbitante de dinero. Sin pensarlo toma la decisión de pagar el rescate, justo cuando aparece por la puerta el niño.

En este momento la trama da otro giro inesperado y pronto nos enteramos que el secuestrado es en realidad el hijo del chofer de Gondo. El dilema que enfrenta el protagonista es si pagar el rescate por el niño, lo cual implicaría su destrucción económica; o guardar su dinero, lo cual implica su destrucción como ser humano. Hasta aquí dejo la trama para no estropear a ningún lector esta historia que sirve de fondo para que Kurosawa plantee un sinfín de cuestiones que atañen al hombre moderno. La envidia, el odio, la avaricia, la compasión, la benevolencia, las diferencias sociales.

Dividida en dos partes, la película serpentea por varios géneros cinematográficos, y va desde la intriga corporativa, hasta el drama social para finalizar en el más puro estilo policiaco. Con un depurado trabajo de fotografía en blanco y negro, el film (a casi 50 años de distancia) nos presenta una narrativa sumamente moderna debido a los movimientos de cámara y encuadres, que le van dotando de un ritmo más trepidante conforme el film avanza.

Con un Mifune desbordante de arrogancia y orgullo, pero también de bondad, El infierno del odio, supone una de las últimas colaboraciones entre esta dupla que dio algunas de las obras más memorables de la cinematografía como lo son Rashomón, Los siete samuráis o Yojimbo.

Con sus casi dos horas y media de duración, el film es ejemplo de la maestría de Kurosawa para filmar. Una película totalizadora que aborda los planteamientos de las problemáticas humanas con una visión particular del director, pero que a la vez presenta una historia cautivante, emocionante e, incluso por momentos, cómica.

El ejemplo perfecto de que lo entretenido no debe ser totalmente banal y lo profundo no necesariamente aburrido.

1 comentario:

  1. No conozco mucho de Akira, pero, me haces querer cambiar eso.

    La voy a buscar.

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