domingo, 26 de febrero de 2012

El último hombre (Der letzte Mann)



Este film de 1924 supone uno de los puntos clímax de la historia cinematográfica. Representa la finalización de una era narrativa y el comienzo de nuevas formas de comunicarse con el espectador, formas que hasta la actualidad son empleadas por la mayoría de realizadores y que permitieron al séptimo arte emprender la búsqueda de su propio lenguaje. Incluso antes que El Acorazado Potemkin de Eisenstein.
A casi 90 años de su realización, es un film que permanece vigente. En su tiempo, los movimientos de cámara y los distintos tipos de ángulos utilizados, supusieron una innovación en la realización cinematográfica.
Lo que se logra con El último hombre (Der letzte mann) es el alcance de un lenguaje universal que no necesita de otros medios, más que los propios, para comunicar una historia, una idea. Con la utilización únicamente de la puesta en escena, la actuación y el montaje, logramos atender la historia desgarradora de un hombre víctima de la espiral frenética del mundo moderno.
Nuestro personaje es el portero de un lujoso hotel de cualquier gran ciudad del siglo XX. Porta un portentoso uniforme que le da estatus tanto en su trabajo, donde se codea con los ricos clientes del hotel, como en el barrio proletario donde vive, en el cual es recibido todas las noches con el saludo respetuoso de todos los vecinos y la sonrisa coquetas de las mujeres. Sin embargo nuestro personaje es también un hombre viejo que no puede, como antes, cargar con el peso de las maletas, repletas de elegantes ropas, que arriban en los coches a la puerta del hotel. Dicha debilidad no pasa desapercibida al gerente del lugar y es por ello que a la mañana siguiente, cuando el portero llega a su trabajo, encuentra en su puesto a un hombre mucho más joven que él. Es llamado a la oficina de dirección a la cual acude estupefacto pues no logra asimilar lo que sucede. Al llegar con el directivo, éste le entrega una carta donde se le explica la deposición de su puesto y su degradación a mozo de baños, como “acto de buena voluntad de la empresa”.
Es en este momento cuando el anciano colapsa junto con toda su concepción del mundo. Es despojado de su distinguido uniforme y en su lugar son puestas una bata blanca y un juego de toallas que servirán para secar las manos de los clientes que entren a asearse a los lavabos. Es conducido hasta los baños y comienza la primera de su nueva y patética vida.
Su angustia es mayor pues su degradación laboral coincide con la boda de su hija ese mismo día, por lo que resuelve, después de la finalización de su labor, entrar a hurtadillas en la oficina del gerente, cuando todos han abandonado el hotel, para robar el traje, símbolo de su alto estatus, y así seguir representando el papel de personaje importante con los invitados de la fiesta.
En la fiesta la embriaguez del personaje funge como una válvula de escape para representar las frustraciones y sueños rotos mediante un viaje onírico y surrealista donde se hace evidente el simbolismo del expresionismo alemán y que permite al ahora mozo de baños descender un peldaño más en su degradación. A la mañana siguiente parte al trabajo vestido con el traje de portero saludando a los peatones con sus gestos habituales de hombre respetable, pero todo el sueño se cae al vislumbrar la fachada del hotel. El personaje aún sufre un par de momentos críticos más sin embargo creo que no continuaré narrando la historia para no estropear a nadie el final, pero si diré que supone un final que ha sido muy comentado y que ha levantado polémica en el mundo del cine. No tanto por lo que pasa a cuadro, pero por lo que significa para la entidad de la obra. Algunos opinan que es prescindible y otros que es muestra de la maestría de Murnau.
No es de extrañarse la maestría de El último hombre puesto que supone la colaboración de cuatro grandes maestros que ha dado Alemania al mundo del cine: Frederich Wilhelm Murnau; quien fuese más célebre por sus obras Nosferatu y Sunrise; el guionista Carl Mayer, quién entre otros filmes escribió El gabinete del Dr. Caligari; igualmente contó con la cámara de Karl Freud, fotógrafo de Metrópolis y El Golem; y por último la maestría histriónica del legendario Emil Jannings. De tal modo que dicha producción agrupo una especie de dream team del expresionismo alemán, sin embargo y a pesar de su enorme calidad fílmica no es tan famosa ni tan reconocida por la crítica como algunas de las obras anteriores.
El último hombre es una muestra de lo mucho que aún hay por descubrir en el mundo del cine.